martes, 19 de abril de 2016

El hijo de Saúl. La experiencia de un infierno compartido.


La película húngara ‘El hijo de Saúl’ fue hecha para sentirla, sólo que al mirarla casi con el rabillo del ojo experimentamos una serie de sensaciones perturbantes y angustiosas que tratan de empujarnos a dejar la sala de exhibición, horrorizados. La primera propuesta del director László Nemes nos pide ser pacientes y muy curiosos para seguir al protagonista y acompañarlo a recorrer ese mundo extraño, caótico, insanamente nuevo.

Para quienes sabemos del holocausto judío -hoy parece que hablamos de un género cinematográfico-  ese ‘mundo nuevo’ en el que ingresa Saúl Auslander no es novedoso, es viejo. Está ya en nuestro inconsciente colectivo. Lo nuevo del film es la forma como los realizadores nos plantean el drama. Prácticamente nos colocan en los hombros del protagonista y nos llevan a recorrer el infierno. Es una temporada que dura 107 minutos. Saúl y el espectador  tienen la visión de campo limitada y deben estar con los oídos prestos, pues de pronto hay una orden que indica hacer o dejar de hacer algo y hay que estar atento para sobrevivir. Hay que moverse y hacer lo que nos piden: despojar a los recién llegados de su ropa, revisar qué llevan en los bolsillos y la maleta. Empujarlos a avanzar hacia un lugar donde los bañan y los matan, recoger sus cuerpos sin vida, arrastrarlos, quemarlos, llevar las cenizas al río y no dejar rastro de lo que ocurrió.

Las imágenes están difuminadas. La película pretende hacernos sentir lo que una persona podría sentir al ser arrojado a ese submundo repentinamente. A los espectadores se nos niega con inteligencia la posibilidad de ver claramente lo que ocurre con un objetivo: ganar la empatía necesaria para poder acompañar a Saúl en su recorrido al infierno.

¿Quiénes son los otros? ¿Quiénes llegan? No podemos hablar, si hablamos nos callan para siempre. Se niega incluso el susurro. Más vale no involucrarse mucho con la gente del entorno para seguir con vida. Sin embargo, quienes tienen la tarea de mantener el orden y limpiar el espacio en el que todos se mueven van aprendiendo y logran burlar la custodia y por esos pequeños resquicios  traman huir, ver un poco de luz, avivar alguna esperanza. Sentirse libres.

Desde el inicio sabemos que Saúl es uno de los capos judíos seleccionados por los nazis para hacer todo el trabajo que ellos se niegan hacer. Tiene pequeños beneficios: come un poquito, viste algo de ropa sucia y no sufre demasiado frío. Saúl sabe que sus días están contados, es un testigo y en cualquier momento será borrado, pero quiere vivir. No le importa cómo vive, sólo sabe que quiere alargar sus días con un objetivo.

Durante su trabajo junto a las cámaras de gas, el conmocionado Saúl ve a un niño que sobrevive y cree que es su propio hijo. Sin embargo, este niño es asfixiado por los médicos nazis del campo y se solicita una autopsia.  El protagonista se adueña del cuerpo y desesperadamente busca a un rabino para darle sepultura dentro de la tradición judía. Con su acto, Saúl pondrá en peligro su propia existencia y la de los capos que planean escapar, pero él ha encontrado la mejor motivación para seguir. Este hecho es el que dispara la historia y nos hace acompañar al protagonista hasta el final. 

¿Qué hará Saúl para lograr su cometido? ¿Podrá sobrevivir y su sobrevivencia será creíble?
No estamos cómodos en ese mundo en el que se mueve Saúl, pero su decisión hará que lo acompañemos hasta el final.

La verdadera historia del film.

El poeta Geza Rohrig hace el papel de Saúl. A lo largo de la historia el protagonista no sonríe, tiene un gesto inexpresivo, sólo se exaspera cuando busca y no encuentra al rabino para sepultar a su hijo. Si el niño es o no es su hijo resulta secundario. Ese niño representa la salvación, la verdadera salvación. Al permitir que ese niño trascienda a otro mundo, limpio y bendecido, él también tendrá paz y sosiego. La sonrisa y la verdadera alegría están vedadas, pero subyace para el momento final y definitivo. En el campo todo es sufrimiento y Saúl no se permite sentir. Incluso renuncia a la entrega que una judía le ofrece por arriesgarse. El amor está vedado en ese submundo, sí uno se envuelve en ese amor, no será verdadero. Es el mensaje.

‘El hijo de Saúl’ recoge mucho de la vida del protagonista. Geza Rohrig escribió dos poemarios, el primero se titula ‘El libro de la incineración’ y el segundo tiene el título de ‘Cautiverio’. Rohrig es judío húngaro que vive en Nueva York. Al llegar a Manhattan trabajó en un Funeral Home y ahí hizo de shomer (encargado de la custodia de un fallecido), algunas veces también lavó los cuerpos de los occisos siguiendo la tradición de su religión. Ganaba entonces 10 dólares la hora. La historia lo cuenta mejor la revista The New Yorker.

En sus tareas neoyorquinas, supongo que Rohrig desarrolló la habilidad de trabajar sin involucrarse mucho con el dolor y la pena que se siente durante la muerte de una persona. Esa experiencia la volcó muy bien al ponerse en la piel de Saúl. (La Shiva tiene una serie de pasos que hay que seguir después del fallecimiento de un judío, lo aprendí al mirar algunas películas que tratan de eso. Les sugiero mirar la comedia mexicana ‘Morirse está en hebreo’ de Alejandro Springall, quien también trabajó con las casas funerarias judías de México y conoce el tema).

Rohrig tuvo oportunidad de conocer Auschwitz en 1988, cuando según sus propias palabras era un lugar tranquilo. Hoy reniega del consumismo que ha llegado también ahí. Ahora se encuentra gente por todos lados, llegan en buses, bajan gritando mientras hablan por teléfono, escuchan música en auriculares, compran bebidas gaseosas en las máquinas que se han instalado en el lugar. Hoy, el poeta y actor reniega de la falta de consideración con el lugar, es terrible todo eso, señala.

Por su parte el director Nemes trabajó de asistente con Béla Tarr durante el rodaje de ‘El caballo de Turín’. Del ahora colega y paisano húngaro, Nemes debe haber recogido algo para plasmar en su obra; él lo ha negado. El film de Nemes ganó Cannes y luego el Oscar a mejor película extranjera en el 2016. Nemes debe haber recibido también algún aporte del film ‘Come to see’ (Ven, mira) historia en la que se relata la  vida de un chico bielorruso que observa toda la barbarie nazi durante los hechos de 1943. Nemes es un buen observador de films y el trabajo realizado por Elem Klimer en 1985 no debe haber pasado desapercibido para sus sentidos atentos.

Bueno, al ganar el Oscar, después de la ceremonia en Los Ángeles, Geza Rohrig recibió la propuesta de conocer a un capo sobreviviente y aceptó. Se reunió luego con Dario Gabbai, al parecer el último de los 90 sobrevivientes de los sondercomandos de Auschwitz.  No era el ser malvado que muchos temían, era también una víctima. En la circunstancia vivida, deshumanizado, sin saber realmente lo que ocurría, lo único que buscaba –como todos en los campos de concentración- fue sobrevivir.

Al final del film de Nemes, Saúl logra lo que busca. No de la manera que muchos esperan quizás, pero lo hace de acuerdo a la propuesta simbólica y espiritual que se propone. Redimido esboza la sonrisa de despedida que cae redonda y se ajusta a lo que los realizadores han manejado con precisión y estética. Ojalá aprendamos la lección, el ser humano no puede dejarse ganar por la bestia que merodea muy cerca y asalta la buena razón y el entendimiento humano.  Hay que estar vigilante.