Ernesto Hermoza no quiere entrevistas, no le gustan.
Espero en su oficina mirando los estantes llenos de libros,
revisando los títulos, hablando con Martina, la coordinadora del programa ´Presencia
cultural´, quien me advierte que no será fácil sentar a Ernesto Hermoza frente
a una cámara para arrancarle algo muy personal.
-Insisteré- le digo.
Me despido de Martina, pero antes intercambiamos teléfonos.
Martina me pide que regrese, el señor Hermoza ha ido a ver al oncólogo, me
informa.
Salgo de su oficina en un rincón del edificio rojo donde
Canal 7 tiene su área administrativa y las oficinas de algunas producciones de
la Televisión Nacional y antes de llegar a la escalera me doy de frente con
Ernesto Hermoza Denegri. No lo reconozco, lleva una gorrita al estilo del
aviador Jorge Chávez y tiene bigotes. Lo conozco hace años y nunca lo he visto
con bigotes. Recién se los está dejando crecer, así que sus bigotes apenas se
están perfilando como tal. Viste una gruesa casaca azul (el invierno no se
quiere ir de Lima). Lo dejo que se acerque a mi lado, le extiendo la mano y le
comento que ando saliendo de su despacho.
-Vine a verlo- le digo.
-Bueno, aquí me tienes- responde. Su tono de voz no es el
mismo, se escucha algo cansado quizás por el esfuerzo de haber subido la
escalera, pienso. Me doy cuenta que no me ha reconocido y se lo hago saber. Agudiza
la mirada detrás de los anteojos y muy jovial me dice, ´Ah, eres tú. Has
engordado. No te reconocí por la cachetes´.
Sonrío acariciándome el mentón y la
quijada y lo sigo, le acabo de ceder el paso para que ingrese a su oficina.
Martina sigue trabajando frente a la computadora. En la oficina hay un stand
lleno de libros, un sofá grande para sentarse cómodo y en un rincón, pegado a
la ventana, está el escritorio en forma de escuadra con la computadora. Al
entrar nuevamente he visto que Martina está escribiendo algo muy rápido para
salir y dejarle el lugar a Ernesto Hermoza.
-El oncólogo me ha dicho que el mal ha parado su desarrollo
que debo seguir haciendo lo que hice en el último mes para que no haya ningún
cambio- dice Ernesto Hermoza con alegría.
Martina lo mira complacida y yo sin expresarlo también me
siento bien. Amen, digo mentalmente.
Ernesto me señala la silla y con un gesto
me invita a sentarme. Martina le arregla el sillón que ha dejado para que él
también se siente. Sé que Ernesto Hermoza tiene cáncer, pero no sé en qué parte
de su cuerpo ésta atacando el mal. Ese cangrejo silencioso está haciendo su
trabajo cobarde y destructivo.
Todos en
el canal 7 sabemos que Ernesto tiene cáncer y muchos estamos pendientes de su
enfermedad y estamos rogando para que supere el mal. Le digo que debe cuidar su
alimentación. Es lo mismo que me ha dicho el doctor, subraya. Nade de cítricos,
señala. Nada de leche, le digo. Nunca he sido de leche, ni yogurt, ni queso,
responde. Yo soy de pescados y mariscos. Nada de carnes rojas, insisto,
repitiendo lo que he oído respecto a hacer frente al cáncer.
-Mucho pescado desde niño- me dice. Yo los pescaba. Soy del
Puerto de Lomas.
Mi ignorancia es grande y se lo hago saber pidiéndole que me
precise el lugar. Me hace saber que el puerto está pasando el kilómetro 520 de
la Panamericana Sur, yendo a Arequipa. Allí no hay nada más que peces, me dice,
y ante mi pregunta, con orgullo me informa que su papá también fue pescador.
-Ah, usted es arequipeño.
-No, del puerto de Lomas*, se adelanta a aclararme. Tose.
-¿De ahí se sube a Caravelí?- pregunto tratando de cambiar
de giro porque pienso que he sido impertinente.
Ernesto me informa que Caravelí está por arriba.
Ya me he dado cuenta que estoy haciendo una entrevista, que
me falta una cámara y un micro para registrar lo que mi entrevistado me comienza
a contar. Vamos a celebrar 60 años en el canal y Ernesto Hermoza hizo mucho por
la institución, incluso fue el presidente del directorio. Hace apenas unas
horas, mientras conversaba con Benito Carmona, quien es jefe de informática, me
decía que Ernesto Hermoza aceptó crear el departamento de informática en el
canal y se adelantó a muchos. Benito me animó a hacerle una entrevista. Por eso
estoy sentado frente a Ernesto Hermosa, escuchándolo, dejándolo toser por
ratos. Quiero sacar un lapicero para tomar algunos apuntes, pero temo
espantarlo y cortar sus palabras. Ernesto Hermosa esta locuaz y habla. Está
contento con lo que le ha dicho el oncólogo, él piensa que le está ganando al
mal y su alegría se refleja en contarme su vida. Yo, alegre, lo escucho.
Me cuenta que nació en Acarí, en 1943. Su padre pescador lo
llevó a Puerto Lomas. Allí estudió hasta tercero de primaria, pero como no
había más grados su padre decidió trasladarse con toda su familia a Nazca. En
Nazca terminó la primaria y como los hijos necesitaban más educación, su padre
decidió nuevamente emigrar. Llegó a la capital con su mamá y sus cinco hermanos
y no sé porque razón pienso en el colegio Guadalupe y Ernesto al seguir
hablando así lo confirma. Sin embargo, debió dejar la diurna para pasarse a la
nocturna guadalupana. Su padre murió repentinamente y tuvo que trabajar para
ayudar a su mamá y sus hermanos. No había asientos y para poder quedarse en el
aula debía esperar, ver un espacio vacío y sentarse. Así lo hizo, de inmediato
compartió el asiento con un muchacho de apellido Arévalo. Se hicieron amigos.
(No tengo el lapicero en la mano y sólo me quedo con el apellido. En mi mente
sigo escribiendo mi nota, tratando de recordar todo mientras Ernesto Hermosa
habla y tose por ratos).
Para el curso de Instrucción pre militar debían ir a
Amancaes. Ernesto Hermosa no conocía el lugar, tampoco lo conocía Arévalo. Pero
Ernesto más osado insiste, vamos.
-Pasa por mí- le pide Arévalo.
Así que Ernesto va a buscar al compañero y llega a Radio
Inca. Quien podía imaginarlo, ahí comienza a familiarizarse con los controles
primero y después con la locución frente al micrófono; cuando faltaba alguien,
Ernesto era el reemplazo. La radio era una pasión, mientras tanto ya trabajaba
en una compañía de mármoles, sus hermanos menores también necesitaban ir al
colegio.
-Ahí de esa amistad nació mi vínculo con las comunicaciones,
dice Ernesto Hermoza, como sorprendiéndose por primera vez de su
descubrimiento.
Cuando terminó la secundaría prefirió estudiar Educación.
Justo en ese momento, el gobierno había decretado un aumento considerable para
los maestros y los sueldos al cambio representaban más de 500 dólares
mensuales. Al recordarlo me hace hincapié: Yo necesitaba un ingreso mensual
bueno y seguro para ayudar a mi madre y a mis hermanos. Sin embargo, me puse a
trabajar en ´Induperu´, esa empresa que los militares en la época de Velasco
llamaban el aparato industrial de la revolución. Ahí trabajaba en relaciones
públicas y como andaba metido en ese campo me puse a estudiar algo de eso
también en la universidad Católica. Sin dejar de lado la radio, claro. Una
noche recibo la llamada de Víctor Paz, desde el canal 11 de los Belmont, quien
me dice ´ponte tu terno y ven para una prueba´. Hizo hincapié en la prueba,
fui, pasé la prueba y me quedé narrando noticias ese mismo día. En esa época
también trabajaba en el diario de Marka del que llego a ser su director. En
1972 me llama Fernando Samillán desde canal 7. Aníbal Ráez no llegaba algunas
veces al noticiario y no querían quedarse sin presentador. Ernesto Hermoza dice
que no se la puso fácil a Samillán para poder obtener algunos beneficios adicionales.
Era un viernes, recuerda, y ese viernes comenzó. Narraba noticias de 9 de la
noche a 9 y cuarto y de ahí corría al centro de Lima para recoger a una novia
que salía de estudiar. Desde esa época me quedé en Canal 7. El noticiero se
llamaba ´El Peruano´.
Me sorprendo cuando Ernesto Hermoza me dice que 4 eran los
conductores del noticiero. Entonces intervengo y pregunto ¿Hacían el noticiero
con 4 locutores?
-Sí- me responde.
-¿Estaban experimentando?- retruco.
-Sí, pues. El director ponchaba las cartulinas con el tema
que venía para poder mover la cámara y ponerla frente al locutor que debía
informar. Leían conmigo Rómulo Flores, Antonio Boza Flórez, Coti Carrasco y yo.
(Me doy cuenta que son muchos nombres y decido tomar un lapicero del
escritorio. Rompo el papel de regalo que envuelve un libro que tengo en mis
manos y me pongo a anotar los nombres. Ernesto Hermoza me los dicta, aunque no
recuerda quién hacía de director de cámaras en esa época). Ernesto me cuenta
entonces que muchos narradores de noticias han comenzado en canal 7, me
menciona a Mario Duarte, Ana María Navarro, Ana María Abad. Incluso me menciona
a don Enrique Victoria como jefe de personal en algún momento de la historia
del canal.
-¿Cuándo comenzó ´Presencia cultural´?- pregunto sin tratar
de interrumpir, tampoco quiero delatarme haciéndome notar que ya comencé con la
biografía y Ernesto Hermoza sigue.
El canal 7 contrató a un productor argentino que vino a
renovar la programación del canal. Él me sacó del noticiero porque me dijo que
yo servía para la parte cultural. Y ahí me dejó, porque diciendo que no podía
hacer nada aquí, mejor se iba y se fue a México si mal no recuerdo. Así que me
dejó en el aire. Y ahí que recuerde es que mientras se transmitía ´Mediodía
familiar´ a mí me dan un espacio de 15 minutos los jueves y los sábados. De
pronto se va del aire también el programa y pido seguir con ´Presencia
cultural´. Me dan el visto bueno y me dicen que haga el programa los sábados y
ahí me quedé. Es uno de los programas de más tiempo en el canal 7.
Pero Ernesto Hermoza también me habla de ´Corazón serrano´ y
de su programa ´Perú Tradición y Realidad´.
-Cuénteme un poco más de eso- le pido– ¿De qué trataba el
programa?
-Era una mezcla de Reportaje al Perú con Costumbres- me
dice.
-¿De qué época era eso?- Preguntó emocionado, porque me doy
cuenta que Canal 7 también es pionero de ese tipo de programas en la televisión
del país.
-De los 80, si mal no recuerdo. Yo viajaba a provincias para
hacer el programa de una hora- me informa.
-¿Y tenemos videos de eso? Hay que rescatar esos programas-
Insisto.
-No lo sé- me dice.
Han pasado más de 30 minutos, vine a pedir una entrevista a
Ernesto Hermoza y me la está dando, solo que no tengo cómo para registrarla en
video.
En un rapto extraño noto algo y se lo comento a Ernesto
Hermoza.
-No se ha dado cuenta usted que todo lo que le ha ocurrido
es bueno. Imagínese, claro que hubo momentos difíciles como la muerte de su
padre, pero todo sirvió para que usted hiciera cosas buenas. Va al colegio,
encuentra a alguien que le abre la oportunidad de su vida, trabajar en los
medios. Usted no buscó, lo buscaron. El destino quería que fuera comunicador.
Ernesto Hermoza medita y parece aceptar lo que digo.
Hace rato que Martina dejó la oficina y solo me doy cuenta
cuando vuelve.
Ernesto Hermoza insiste en lo que le ha dicho el médico.
Esta venciendo a la enfermedad.
-Tiene que cuidarse- le repito y él hace hincapié una vez
más.
-Lo mismo me dijo el oncólogo. ¡Qué bárbaro! había muchas
personas en su oficina. Casi todas mujeres.
Me disculpo y me animo a preguntar.
-¿A usted dónde le atacó el cáncer?
-A los ganglios- Contesta y yo me quedo pensando ‘ganglios,
cómo será eso´.
Conmovido le digo que a mí me agrada que este venciendo al
mal. Hay mucha gente en el canal que está atento a lo que le ocurre, quieren
verlo sano, triunfador como siempre. El gerente de mi área me lo dijo y se lo
hago saber, con nombres y apellidos. Por mi parte, le agradezco la oportunidad que
me dio para irme a Europa. Sin chistar firmó la autorización para pedir que la
embajada me diera la visa Shenguen y partí a España para un workshop
internacional de productores de televisión.
-¿Y por qué me habría negado?- Me pregunta y solo se
contesta-. Todo iba a redundar en beneficio del canal ¿no es cierto?
-Es que hay otros que pudiendo darte la oportunidad te la
niegan- digo.
-Eso es egoísmo, envidia- me dice.
Si pues, el egoísmo y la envidia es otro tipo de cáncer, más
peligroso, pienso. Felizmente Ernesto Hermoza no lo padece.
Entonces ahora si me descubro y le digo a Ernesto Hermoza
que ando -junto a algunos compañeros- abocado a hacer la historia de canal 7.
Vamos a cumplir 60 años. Rescatar imágenes históricas, recobrar programas
antiguos, si los hay, si los ubicamos, esa es mi tarea. Además quiero
entrevistar en cámaras a los que aportaron algo para el desarrollo de la
programación de TV Perú. Le comento que vine a buscarlo para tener una
entrevista grabada con él en la que me cuente lo que ya me estuvo contando. Me
dice lo que sé: No me gustan las entrevistas.
-No habrá preguntas muy personales, solo las referidas al
canal- le digo. No quiero saber si está casado, tiene hijos.
-Si estoy casado, mi mujer es argentina, tengo dos hijos.
Uno vive en Argentina, mi hija vive en Nueva York y tengo 9 nietos- me dice
orgulloso.
Nueva York viene a mi recuerdo, le comento que viví ahí
alrededor de 12 años.
Él me dice que ama la ciudad de los rascacielos, que cuando
estuvo allá tuvo ganas de quedarse. Ese deseo también lo sentí en París, agrega.
Y aprovecho la oportunidad para contarle que conocí casi toda Francia montado
en un autobús en mi camino a Ámsterdam.
Recuerdo a José Watanabe, el amigo de Ernesto Hermoza, y no
le puedo contar lo que el poeta me contó. Fue a la embajada y se presentó sin
ese requisito absurdo de llevar documentos para decir tengo casa, carros, 50
mil en el banco. Y cuando la cónsul encargada le preguntó a qué iba, Watanabe
contestó: "a conocer sus museos, que es lo único que de Estados Unidos me
interesa". Le dieron la visa y el poeta pudo ir a ver el arte que hay en el
Moma, el Metropolitano.
-Quizás le pregunte algo de Pepe Watanabe- le digo a Ernesto
Hermoza.
-Es increíble. Una pena que se haya ido- contesta. Y antes
que Ernesto Hermoza caiga en la nostalgia y la pena, le repito que estaré a la
espera de que me conceda la entrevista.
Le digo que me ha dado gusto verlo contento, abrazando la
idea positiva de que le está ganando al cáncer.
Le doy la mano y le deseo lo mejor. Le digo algo más, algo
de un haiku, algo del pensamiento budista acerca de lo negativo y lo positivo.
Le digo que se centré en lo positivo y que no se deje seducir por lo negativo.
Le doy la mano nuevamente y dejo su oficina.
Martina hace rato que había salido y nos había dejado
charlando a solas.
*Lomas.
Durante el fuerte sismo que sacudió Arequipa a inicios del 2018, esta pequeña
localidad estuvo muy cerca del epicentro. Creo que por esa razón adicional se
me hará ahora difícil olvidarla.