martes, 29 de septiembre de 2015

Magallanes, Del Solar y Cueto.


No se trata de la volante del equipo peruano de fútbol, podría ser, pero de lo que quiero hablarles aquí es de cine, de nuestro pujante cine nacional para enfrentar o colaborar con el séptimo arte del mundo entero.

“Magallanes es la mejor película peruana que se ha realizado en los últimos años”, lo han expresado los entendidos que me han antecedido en los comentarios y me sumo a ellos.

¿Y qué les podré decir para ser novedoso? No mucho, créanme. Véanla, véanla las veces que deseen, véanla, vale la pena.

El debut de Salvador del Solar como director ha sido magnífica, además se ha dado a conocer como un buen guionista. Mérito doble sin duda. Y sí hablamos de la película podemos añadir una serie de logros adicionales. Para comenzar, esta es una historia de peruanos, pero con una porción de ingredientes foráneos sustanciosos. Del Solar tuvo la suerte de juntar a un grupo de buenos actores del continente que garantizan un público mayor, pero que no se entienda esta apreciación como un mero afán de lucro, de ninguna manera. El drama que se cuenta en Magallanes es tan humano que sin duda interesará a todo el que deseé verla en el mundo entero.

Magallanes cuenta la historia de un hombre atormentado. Su vida es un fracaso y parece que no podrá seguir con su carga, hasta que encuentra a una joven que le puede dar el giro que tanto necesita para redimirse.

Magallanes es un ex militar peruano que tiene dos ingresos adicionales, es taxista y cuida a su ex jefe, un coronel retirado que está sumido en la oscuridad del Alzheimer. Harvey Magallanes estuvo destacado en Ayacucho durante la época de la guerra contra los terroristas de Sendero Luminoso y cometió abusos que lo han marcado. Los terroristas fueron vencidos y apresados, los militares volvieron a los cuarteles o a sus casas, pero más allá de condecoraciones traían heridas invisibles o cruces que pesan y no dejan avanzar. En toda guerra hay víctimas inocentes metidas sin desearlo en medio del conflicto y esa persona es Celina, una muchacha que a los 14 años fue forzada por un malvado oficial.

Del Solar se apoyó en una nouvelle de Alonso Cueto para hacer su adaptación. Y reafirmo, lo hizo bien. Me animo a decir que los peruanos vamos por un buen camino para hacer un cine serio.

Antes de seguir, permítanme decir esto. Hace algunos años viviendo en el extranjero llegó a mis manos la novela de Alonso Cueto titulada ‘La hora azul’. Me encantó la historia porque calmaba mi bronca de no tener buena literatura  que abordara el tema del terrorismo en el Perú y todas las secuelas que dejó. Cueto intentaba con su trabajo contar parte de ese drama, pero se quedaba corto, a mí entender. Quizás él también lo vio así y siguió escarbando en la temática. No supe hasta ver Magallanes que el escritor peruano había publicado la continuación de su ficción en una novela breve titulada ‘La pasajera’. Al mirar la película sentía la historia de Cueto merodeando en la pantalla. Hasta que al aparecer los créditos finales me di con la confirmación de mi sospecha. No he leído aun ‘La pasajera’ pero intuyo que ‘La hora azul’ sirvió como soporte fundamental para que la historia cinematográfica crezca.

Magallanes es una historia contada a buen pulso. Tiene actores de la talla del argentino Federico Luppi quien tan sólo con mover los ojos y balbucear llega a llenar la pantalla. Magallanes está interpretado por el actor mexicano Damián Alcázar y en el papel de Celina destaca la actriz peruana Magaly Solier. Solier ganó el premio de mejor actriz en el Festival de Cine de Lima. El cuate se interesó en el guión al día siguiente de conocer al director. Filmando se sorprendió de trabajar con la peruana y alguna vez le confesó a del Solar que se sentía actuando frente a ella. ‘Contra lo natural no se puede’, decía entonces Alcázar.

Magaly Solier improvisa al final de la película con un diálogo en quechua que no se ha traducido. Y el director señaló que se quedará así. ‘Los peruanos no hemos sido capaces de construir un puente con nuestra gente y nuestra otra lengua’. Quienes han visto la película dicen que no es necesario traducir lo que dice la actriz. Basta ver la fuerza dramática puesta en la escena  para sentir lo que ella siente, rabia, impotencia, pero no temor.

La actuación del mexicano también sorprendió a los entendidos. ‘Parece un peruano más, con sus maneras y modismos exhibidos’. Del Solar contó algo acerca del profesionalismo del actor: ‘se fue a vivir en el centro de Lima, para poder familiarizarse con todo aquello que significa ser limeño. Con su bicicleta se fue a los antiguos barrios diciendo que pasaría desapercibido y así fue’.
Magallanes nos hace recordar algo doloroso del pasado peruano que no es muy lejano, algo que muchos aún se niegan a ver. No perder la memoria es necesario para curar las heridas, han expresado ya los entendidos.

Reitero, Magallanes me hace sentir orgulloso de la producción nacional peruana.  Me molestaba el haber visto hace más de treinta años atrás ’Cuentos inmorales’ y no haber logrado hacer nosotros ‘Relatos salvajes’ teniendo tantas y tan buenas historias. Creo que sí nos unimos y abrimos las puertas de la producción haremos un cine que merecemos.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Los eunucos son inmortales.

Al terminar de leer la novela ‘Los eunucos inmortales’ del peruano Oswaldo Reynoso descubrimos no sólo a un escritor viejo, convaleciente y glotón, en realidad descubrimos a un hombre solitario, sabio y perturbador. A un maestro que acepta que la armonía está en su interior, a un hombre que luego de conocerse y superar una ‘enfermedad’ decide volver a su país.

‘Los eunucos inmortales’ ha sido un grato reencontrarme con la literatura que se produce en el Perú. La novela de Oswaldo Reynoso es un buen manjar literario que puede devorarse junto a cualquier jiaozi, esos ravioles chinos rellenos y de distintos sabores que se sirven calientes y que pueden repetirse hasta la saciedad.

La novela es un testimonio que relata la experiencia del escritor durante la revuelta estudiantil que culminó con la masacre de la Plaza Tian’anmen en junio del 1989. La he leído así en la primera aproximación. En la segunda revisión la he leído como una obra de ficción dejándome llevar por la seducción inteligente y madura del narrador.

Al escribir iré intercalando, pienso, las dos posibilidades que nos ofrece la novela.
La obra se inicia como una forma de buscar respuesta a la pregunta de ¿por qué el escritor se ha quedado más de 10 años en China, acaso por expiar una culpa? ¿O por buscar una verdad?

Oswaldo Reynoso llegó a la China en 1977, un año después de la muerte de Mao. Fue contratado como un experto para enseñar literatura española y para traducir los documentos que el buró político chino deseaba dar a conocer a los hispanoparlantes del mundo entero.

Luego de ser sometido a una intervención quirúrgica al estómago, en la que incluso le sacaron  algunas costillas para ingresar desde la espalda y extirparle el tumor que tenía, Oswaldo Reynoso se encontraba recuperándose cuando estalló la protesta estudiantil. Sin embargo, y pese al dolor que experimentaba, el peruano se dio maña y valor para ir a la plaza y observar in situ lo que ocurría.

Cientos de jóvenes universitarios se declararon en huelga de hambre y exigieron hablar con los líderes políticos chinos en torno a algunas reformas que se hacían urgentes, querían también dar fin a la ola de corrupción que comenzó a gestarse entre los familiares de los que dirigían dicho país.  Fue la época en que se decidió el encuentro entre los líderes chinos y el presidente ruso Mijail Gorbachov, reunión que serviría para dar un giro en las relaciones entre ambos países, muy afectadas a lo largo de 30 años.

Los dirigentes chinos necesitaban la plaza de Tian’namen para dar la bienvenida a tan digno visitante, pero los protestantes no cedieron. Sin embargo, el entonces jefe militar de la China Deng Xiaoping se reunió luego con el líder ruso en un lugar céntrico de Beijing, sin interferir con la protesta y mucho menos desalojar entonces a los estudiantes. Ambas autoridades transitaron sin problemas por el centro de la capital.

Al tratar el tema de la reunión, Oswaldo Reynoso nos conduce a una ciudad distinta. A una China que pocos conocen. A una ciudad subterránea con una serie de pisos y accesos que puede dar cobijo a miles de habitantes en caso de guerra y que puede ser el lugar estratégico para planear la defensa y hacer frente a cualquier ‘enemigo invasor’.

Más de una vez Oswaldo Reynoso contó el porqué del título de su novela. Los eunucos han sido un poder en la China desde épocas pasadas. Durante la dinastía Tang llegaron a colocar en el trono a muchos niños de 11 años, a los mismos que al crecer iban asesinando con la anuencia de los miembros de la realeza y las concubinas para seguir ejerciendo el  verdadero poder detrás del trono. Si eso existió en el pasado, hoy los eunucos siguen existiendo y se reciclan o usan careta en cualquier parte del mundo y bajo cualquier régimen. Los eunucos son inmortales para el escritor.

Al principio de la narración el escritor nos crea una atmósfera literaria extraña donde se juntan los recuerdos de Beijing y Arequipa. Nos daremos cuenta al final de la novela que el recurso es válido para poder contar lo que ocurrió con los estudiantes chinos que protestaban en Tian’namen. El convaleciente narrador no pudo estar presente el día de la masacre en la plaza china, pero precisa que toda protesta juvenil que termina con el uso de la fuerza militar es idéntica. Oswaldo Reynoso recuerda cómo actuó la policía contra los jóvenes arequipeños durante los actos de protesta contra el dictador peruano Manuel A. Odría, en junio de 1950. A un grupo de estudiantes se les fue cercando y empujando hasta la ciudad prohibida. Hasta el momento ninguno de estos doscientos estudiantes ha aparecido. Se dice que los fusilaron.

Entre los jóvenes muertos en Tian’namen esta Liang, uno de los personajes de la novela quien pese a estar entre los huelguistas de hambre y al que no logramos ver la cara con detenimiento, nos crea una preocupación fraternal. En el testimonio del escritor, Liang es un autodidacta sorprendente, habla un español con acento mandarín y ha leído a los clásicos burlando la censura. ¿Con qué derecho nos han quitado la libertad de escuchar esta música celestial? comenta cuando el autor le hace oír a Mozart y Vivaldi. Es un joven sensible que declama a los mejores poetas chinos y a quien Reynoso le ofrece un buen trago de ron.

El erotismo no está exento en  la novela, los chinos que desean contar con Oswaldo Reynoso para siempre deciden buscarle esposa, pero el escritor se niega con gratitud. ¿Para qué? ¿Para complacer a una sociedad que quiere verlo domado y feliz? El no desea ser un tigre de papel, quiere seguir recorriendo las estepas aunque se equivoque. Los chinos se quejan del erotismo de occidente, pero son tan curiosos que gustan de observar la desfloración de una novia después de su boda para aprender los secretos del arte de amar. Incluso creen que llegar a hacer el amor diez veces sin eyacular es milagroso para un varón.

Y la comida no podía faltar en esta novela. A los jiaozi de cerdo y langostinos que los jóvenes devoran, se suman los banquetes de inútil búsqueda de la juventud perdida con platos de medallones del emperador hecho a base del pene de un burro marinado por tres días y cortado en rebanadas, nidos de golondrina con aletas de tiburón, sesos de mono frito en aceite de rana y la sopa niu bian que no es otra cosa que pene de toro que puede ayudar a que la vida se alargue.

Para terminar. La masacre de Tian’namen existió aunque los dirigentes chinos lo nieguen. Pese a ser un relato que tiene algo de ficción, el trabajo de Oswaldo Reynoso es un documento necesario para conocer esta verdad. Lo ocurrido en la plaza china sirvió de ruptura entre el escritor y el buró político de Beijing. El escritor está con vida, vive en Lima,  tiene una vejez sabia y saludable, quizás se deba a toda la buena comida china que probó y al cuidado que le dieron la ayi (ama de llaves) y el fuyuan (mozo) del hotel de la Amistad donde vivió, bebió, ahorró y escribió. Pese a que no habla chino, el escritor se dio maña para enseñarnos algunas palabras vitales en chino. Dui, dui. Xeixe, xeixe.