miércoles, 24 de febrero de 2016

DiCaprio da la hora, espero.



Leonardo DiCaprio debe ser el próximo ganador del Oscar a mejor actor principal en la octogésima octava versión de la entrega de premios en Los Ángeles, salvo que la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood opte por hacer lo que le venga en gana.

DiCaprio hizo el papel protagónico en la película The revenant, historia en la que se lució haciendo de todo: se enfrentó a una osa que casi le destroza, comió pescado recién sacado del río, devoró hambriento el hígado de un bisonte, se metió a dormir dentro de un caballo muerto, al que antes despojó de todas las vísceras para sobrevivir durante una tormenta de nieve, fue arrastrado por las aguas rápidas y heladas de un río y tuvo que caminar cientos de kilómetros para llegar a su base y enfrentar a quienes lo abandonaron herido.

Resumido de esta manera, la historia fílmica parece toda una aventura llena de acción, pero estos hechos señalados anteriormente son picos que ocurren en algunos momentos del relato para darle a lo narrado un toque de agilidad necesaria. The revenant es más bien un film que da cierto tributo a las películas mudas.

DiCaprio dijo que esta película fue un reto para él pues debió hacer un esfuerzo tremendo para comunicar sin palabras todo el drama que vive a consecuencia de lo que le ocurre. La naturaleza también se presta para dar lo suyo, con esos arroyos que dejan que sus aguas discurran delicadamente, el viento que bambolea las altas ramas de los árboles y la nieve que cae o se precipita desde las puntas nevadas.

El gran gancho de la película es el inicio que tiene. La pelea entre los nativos americanos y los colonos extranjeros es de antología por su gran realismo. Mucho se habló ya de la gran cantidad de horas de ensayo que se usó para que la lucha saliera como se había planeado. La brutalidad de la época se gráfica con objetividad y buen pulso.

El renacido atemoriza.

The revenant o el renacido cuenta la historia dramatizada del trampero, cazador y vendedor de pieles de animales, Hugh Glass, quien fue abandonado por dos de sus compañeros luego de que terminara muy mal herido tras ser atacado por una osa grizzli que trató de defender a sus oseznos. (Soy sincero, no digerí bien ese ataque, una osa nunca ataca como ataca esa grizzli, aunque esté herida de bala). El ataque y lo vivido por Glass habría ocurrido alrededor del año de 1823.

El film fue dirigido por el mexicano Alejandro Gonzáles Iñárritu, quien podría repetir el premio a mejor director (el año pasado alzó la estatuilla de la Academia por su trabajo de dirección en la película Birdman). Y la dirección de fotografía estuvo a cargo del chivo, Emmanuel Lubezki, quien también podría volver a ganar un Oscar. El binomio mexicano decidió filmar la película en Canadá, pero la naturaleza que cortó el invierno muy rápido hizo que todo el equipo volara al sur y continuara su trabajo en la zona de la Patagonia. Fueron seis meses de trabajo que se hicieron a la sombra de la luz natural por breves momentos del día. Para Gonzáles Iñárritu ésta es una película que afirma la vida. Es brutal, pero es bella. Es salvaje, pero es poética. El esfuerzo del protagonista es épico.

De principio a fin.

El inicio es primordial en toda historia y siempre recomiendo que la primera parte no hay que perderse por nada del mundo.  El pop corn no es necesario en la sala. Al comienzo del film, Glass le dice a su hijo que nunca renuncie a seguir en la lucha y eso es lo que marca también su vida a lo largo de su camino. Pero recuerden, ningún triunfo es fácil, más aún cuando se trata de entender y valorar realmente la vida, por esa razón vemos a Glass flaquear por ratos. El deseo de venganza lo ciega, pero cuando llega a comprender, cede. Glass avanza gracias a su frase inicial y cuando lo llega a entender del todo, opta por lo que opta al final.

La película me parece sencilla por el camino que se le traza al personaje principal; desde el lugar donde está herido debe hacer todo lo que está a su alcance para llegar. Sin duda hay y tiene que haber una fuerte motivación que impulse la acción y esa motivación es hacer justicia. Pero en el camino hay una serie de obstáculos que el protagonista tiene que superar y con esas trabas Glass va aprendiendo a valorar otras cosas, entre ellas la naturaleza, la vida y el deseo de vivir. Por esa razón cuando enfrenta a quien le quita todo lo que tiene, quien mata a su hijo, Glass decide que sea otro quien haga justicia.

El buen papel que le toca interpretar a DiCaprio no hubiese sido exitoso sin el antagonista que tiene al frente. Tom Hardy en el papel de John Fitzgerald es espectacular. Fitzgerald es un hombre amargado que está a la búsqueda de dinero rápido para salir del lugar inhóspito. El único motivo aparente para odiar a Glass es que este último tiene un hijo mestizo con una india Pawnee. Odia a los nativos quienes son su escollo, casi le han arrancado la piel de la cabeza y le han dejado heridas muy profundas. Con Glass herido y con la posibilidad de ganar plata fácil, acabar con el escollo es su meta, mata al hijo mestizo y abandona al padre mal herido. Por ahí leí que el choque entre Glass y Fitzgerald es típico de Hollywood, el blanco malo enfrenta al noble salvaje. Al noble le salva su espíritu humano.

Si Hollywood lo pidió así ojalá no se tire para atrás al momento de premiar. DiCaprio merece su premio. Ojalá en Hollywood no se piense que ésta es la ceremonia de las repeticiones y bien podría premiar una vez más a Eddie Redmayne por su papel protagónico en ‘La chica danesa’. Esperemos que no prime ese criterio, ni otro (me entienden, no es cierto?). A Dios lo que es de Dios y a DiCaprio lo que es suyo, se lo tiene bien ganado.

lunes, 8 de febrero de 2016

Oscar Wao y el placer de la relectura.

Cuando el amor se busca con desesperación, llega, pero no necesariamente es una salvación. Más bien es una epifanía, pero no es una revelación en el sentido divino, es más bien una manifestación de la tragedia o fuku que nos toca vivir. Es lo que parece decir Junot Díaz en su novela  titulada ‘La breve y maravillosa vida de Óscar Wao’. La misma que ganó el premio Pulitzer de ficción en el 2008.

Es la segunda vez que leo la novela y lo he disfrutado, tal vez más que la primera vez.

El personaje de la novela es un nerd dominicano, quien aún niño llega a los Estados Unidos junto a su mamá y su hermana.  Tras conseguir la ciudadanía norteamericana, la familia vive en Paterson, New Jersey, donde además se asienta un gran número de latinos, entre los que están los peruanos, conocidos en la novela también por su rica tradición culinaria.

Óscar es ahora un estudiante universitario moreno, obeso, muy buen lector de comics y amante de los videojuegos de su generación. Debido a su sobrepeso –pesa más de 130 kilos-  las jóvenes no se fijan en él y parece estar condenado a morir sin ni siquiera conocer los besos de una mujer. Todo el mundo se burla de su fuku o mala suerte que le toca, y, consciente de lo que le ocurre se vuelve un tipo desesperado. Se para en una calle y grita su amor ‘inconmensurable’ a toda mujer bonita que pase o aparezca por la vereda de enfrente. Rechazado en varias oportunidades, Óscar está decidido a acabar con su vida, no una sino muchas veces.

La historia de Óscar Wao es un libro que se lee con fruición. Uno puede reír o llorar a lo largo a de la narración, pues el trabajo paciente del escritor dominicano -hoy estadounidense- jamás te da tiempo a pensar en otra cosa que no sea ayudar al personaje. Pero cuidado, el lector no sólo está interesado en llegar al desenlace de la ficción y satisfacerse sabiendo si existe alguna fémina que se fije en el personaje, no. La novela tiene más cosas interesantes.

Algunos críticos señalan que la obra tiene un rasgo autobiográfico muy marcado. El primogénito Junot Díaz llegó a los Estados Unidos junto a su madre y sus cuatro hermanos para reunirse con su padre –un ex policía de la era de Trujillo-  quien abandonó a la familia. En la historia se siente el costo de vivir lejos de casa, y se entiende también de dónde y porqué razón se ha dado la diáspora quisqueyana. Ese desarraigo del exilio que han sabido llevar a buen pulso las mujeres centroamericanas. En la novela, ellas son luchadoras increíbles, que aunque se vean perdedoras, van adelante, son ellas las que se enfrentan a esa realidad con futuro incierto llenas de determinación y sin importarle el riesgo personal, tratando de cuidar siempre la seguridad de sus seres queridos.

Volvamos al cauce.

Junot Díaz divide su historia por partes y por capítulos. Primero nos cuenta todo lo que le ocurre al personaje principal, luego a la hermana y también a la madre. Cuando aborda la historia de Beli -la mamá- Díaz nos hace mirar el pasado dominicano en la era de Rafael Leónidas Trujillo, el sátrapa que gobernó la isla centroamericana a su antojo y capricho. La historia gana mucha fuerza cuando se cuenta todo ese pasado del que además los dominicanos se niegan a hablar. Las tiranías en esta parte del mundo han sido macabras, recuerda Díaz, basta que tiraras una cáscara de plátano al piso para que te castigaran con diez años de cárcel, no cualquier cárcel, sino en una cárcel de Trujillo de entonces. A eso se suma el lado mágico de la historia que sorprende por su realismo. Esta además el relato de un narrador dentro de la historia que conoce todo lo que pasa, porque es un allegado a la familia. Es una voz adicional que ayuda a Junot Díaz a hacer más verosímil lo que cuenta.

Me gustaría hablar un poquito del lenguaje. Óscar es un joven que sufre por no tener una novia, además es alérgico a todo tipo de esfuerzo, así que recibe el consejo de su tío Rudolfo. “Escúchame palomo, coge una muchacha y méteselo ya. Eso lo resuelve todo. Empieza con una fea ¡Coge una fea y méteselo!”. Óscar tiene dos amigos, quienes se van porque consiguen novias. Nada especial, feísimas en realidad, pero jevas al fin. Óscar se sintió muy mal cuando una amiga lo dejó por un novio, así que comienza a llamarla por teléfono. Este es Óscar, un oso me está comiendo las piernas. Es Óscar, quieren un millón de dólares o me matan. Es Óscar, he visto caer un meteorito y voy a salir a investigar. Junot Díaz se preguntaba ¿qué clase de educación puede impartir un padre que ha vivido en una dictadura? Óscar y su hermana responden en la novela que le tenían más miedo a su mamá que a la oscuridad o al cuco. Hay que recordar que quienes hablan en la novela son jóvenes universitarios norteamericanos. Complicados y faltos de verdadero amor.  Y el trato de Díaz está lleno de comprensión y compasión por lo que ve y narra. ‘Nadie nos enseña que la compasión y el perdón es lo que debemos dar’, dice el escritor.

Sigamos. El camino al éxito no está lleno de flores, menos en el terreno de la ficción con un gran desenlace, parece recordarnos Junot Díaz, quien hace que el hijo transite un calvario tan horrible como el de la madre hasta que llegue a dónde quiere llegar. Y llega a la cumbre casi sin proponerse, de pronto Óscar se sorprende con lo que le ocurre y el lector también, pero tras la sorpresa viene un final inolvidable. Difícil de olvidar por el fuku o mala suerte del que nos ha estado hablando el escritor.

Desde que llegaron los españoles a esta parte del mundo, lo que trajeron fue la mala suerte, dice el narrador de la historia. El fuku que le toca enfrentar a Oscar Wao y al que también se enfrentó su madre y los ancestros de nuestros personajes.



Para tomar en cuenta.

Junot Diaz no se considera la voz de los latinos o morenos en los Estados Unidos. Tampoco el vocero de la comunidad dominicana. No soy un informante nativo de la basta y contradictoria cultura que tenemos, si fuera alguien que se irroga ese título sería un cómplice, pero tampoco es que me sienta por encima de eso y me rasque las vestiduras desde una posición que no tengo, señaló el escritor alguna vez durante la presentación de su novela.

Consultado si escribe en inglés o en español, Díaz dijo. “Pienso en inglés y en español, aunque escribo en inglés. Pero cuando mis dos lenguas pensantes coinciden, me complazco. A veces mi lado español le dice al inglés: ya pendejo deja de decir tonterías”.

Junot Díaz recuerda que hasta mediados del 70 en los Estados Unidos había un editor de libros que no permitía la publicación de los mismos que tuvieran que ver y hablaran de negros y latinos. Felizmente se acabó esa visión chata y feudal y hoy gozamos de una serie de historias que han enriquecido nuestra forma de ver e interpretar el mundo.