martes, 29 de diciembre de 2015

Jorge Ninapayta y el arte verdadero del cuento.


Me encanta que alguien me cuente su vida o la vida de sus amigos. En los relatos que escucho algunas veces vislumbro la posibilidad de un cuento, en otros sencillamente no encuentro nada, me hacen reír, me parecen sorprendentes, pero no llegan a tocar mi fibra íntima. No cuajan en mi mente, por decirlo de algún modo, pero cuando se da la conexión, corro a escribir ¿Cómo ocurre eso? No lo sé, es un misterio.

Algunas veces soy el que cuenta las historias porque para mí no significan nada más que ocurrencias graciosas o increíbles. Sin embargo, en la vida me he dado con sorpresas. Déjenme narrarles un hecho que para mí es digno de enmarcar.

El escritor peruano Jorge Ninapayta de la Rosa dejó una obra póstuma titulada “El arte verdadero y otros cuentos”. En el libro de seis relatos, hay uno que se titula ‘Hechicera’ que para mi sorpresa cuenta algo de lo que alguna vez le conté a Koki. La historia le cayó redonda. Claro que él con el talento y la genialidad que tenía hizo de la historia un cuento de antología. (Siento que su influencia es grande, me estoy pareciendo a uno de sus personajes, a ese corrector de estilo que cree haber contribuido con el éxito de ‘Cien años de Soledad’ por haberle puesto una coma a la obra en galeras). Léase el cuento, ‘García Márquez y yo’, cuento escrito por Jorge Ninapayta que ganó el concurso de la revista Caretas 1994 y entenderán mejor lo que escribo.

Koki ganó también el cuento internacional Juan Rulfo 1998 con su memorable relato ‘Muñequita linda’. Les recuerdo esto para que entiendan cómo las historias que narran los amigos cuajan cuando encuentran la tierra fecunda donde germinar. En el relato ganador en tierra gala, Ninapayta narra el amor de cuatro viejos por una muñeca inflable. Koki lo tenía claro, en el pantano también puede aparecer una flor. Era su premisa.

De la anécdota al cuento.

Coincidimos con Jorge Ninapayta en los Estados Unidos cuando él enseñaba Literatura en la universidad de Nueva York. Los sábados él me enseñó a moverme en esa telaraña de trenes que tiene Manhattan, íbamos a almorzar a algún restaurante (Koki era de buen diente) y tuvimos la suerte de estar en charlas con Eco, Rushdie, Auster, entre otros). Mientras vagábamos por la ciudad, yo le contaba mis experiencias de juventud.


Cuando tenía 20 años un paisano selvático y compañero universitario se casó y la fiesta después de la ceremonia nupcial fue en la casa de la novia. Allá fuimos. Entonces me acompañó otro paisano. Los dos charapitas íbamos decididos a arrasar con cualquier fémina que nos saliera al paso. Entonces andábamos cargados con las hormonas de vigor y podíamos hacerle hueco a las paredes. Nuestro buen amigo recién casado estuvo ocupado con el baile, las fotos y los brindis y nosotros andábamos chequeando donde podíamos aterrizar al terminar la fiesta. Nos envalentonamos con algunas cervezas hasta que apareció la mujer de nuestros deseos. Andaba por los cuarenta. Senos centinelas, caderas de fuego y maquillaje de aviso comercial. Pestañas larguísimas, labios color sangre y un lunar coquetón en la mejilla. Allá apunte mi cañón de artillería. Si la guerra se declaraba intensa, estaba preparado. La saqué a bailar, intenté pegarme y ella aceptó delicada, charlamos brevemente ‘¿dónde vives, con quien has venido?’ y quedamos en seguir disfrutando la fiesta. En la siguiente pieza musical, mi amigo y paisano fue al ataque, la misma estrategia de adolescente. El baile y la alegría se incrementaron y la dama se convirtió en la más asediada. Mi amigo logró bailar un par de piezas más y cuando se acercaba me sonreía complacido. Mis celos se confundían con las cervezas y volví a la carga. Fui rechazado, con el argumento de ‘la siguiente querido, estoy cansada’. Caray,  me sentí perdiendo el combate. Pero había licor para calmar mi ansia. Créanme que no pude bailar más con la dama y me sentí derrotado. Mi amigo logró por lo menos un baile adicional y con su sonrisa me decía te ‘voy ganando’. De pronto, eran las 3 a.m. y la dama se batía en retirada, sabíamos que vivía en Magdalena y hacia allá íbamos. En Waterloo ganaría. Nos invitó porque tenía espacio en su carro. Qué se creen, tenía chofer. Un viejo se sentó al volante y ella al costado, mi amigo y yo nos trepamos en el asiento posterior. Al despedirnos, hice mi último intento y nada, me despidieron con un beso amigable. Mi amigo se acercó y recibió un buen beso en la boca. Caray, yo lo quería aplastar. Nos despedimos y a los 15 días, cuando el paisano regresó de su viaje de luna de miel y nos ubicó en la universidad, preguntó sonriente. Y cuéntenme, ¿quién se levantó a la Georgette? Resultó que la dama en cuestión era bailarina de una de esos salones nocturnos del centro de Lima. Muchos se habían confundido con ella por sus rasgos finos y su cuerpo escultural, pero en realidad ella era él. Mi orgullo herido atacó: ‘a este compadre le dio de besos en la boca, a mí felizmente un besito en la mejilla’. Entonces, mi buen amigo retrucó, señalando que yo mentía, que las cosas habían ocurrido al revés. Koki reía con la historia. Te imaginas ¿qué hubiese ocurrido con la cita sí se hubiese llegado a dar? La mujer quitándose las pestañas postizas, los senos de fantasía y el trasero de algodón. Cualquiera de nosotros tratando de encontrar la puerta de salida para huir tras el chasco. Koki era serio, pero se carcajeaba con la historia.

Lo cierto es que Ninapayta comenzó a darle vuelta y a armar su propia historia. Y luego la escribió. Sin querer le puse combustible para que ponga a andar su maquinaria. Aquí están las dos versiones. Lo de él es arte, lo mío es chisme.

http://www.nyu.edu/pubs/imanhattan/pdfs/jorge-ninapayta.pdf

Este es el link, pero les aseguro que si compran el libro póstumo de Jorge Ninapayta de la Rosa tendrán más, podrán entender como una anécdota se vuelve cuento genial.

A manera de colofón.

No sé si Koki preparó el orden en el que debían aparecer los relatos de su libro. Salvo en el primero, los cuentos están llenos de buen humor. Me da gusto verlo escribiendo y gozando con lo que hizo. Incluso hace una crítica social muy sutil: el peruano no cree en lo suyo, así que las autoridades contratan a un galo para que venga a rehacer la fórmula del pan francés. En el primer relato titulado ‘Que sigan los éxitos’-que tiene también un humor ácido- Jorge Ninapayta filosofa acerca de la vida. En realidad de su vida. Habla de un modelo que nunca da la cara a las cámaras porque lo que más le interesa al mundo de la moda son sus piernas perfectas, piernas que con los años van debilitándose y ya no lo pueden sostener en pie. Y digo filosofa porque Jorge Ninapayta murió de cáncer en la pierna, mal que se complicó. Aún lo recuerdo en el hospital de Elmhurst en Queens, NY, cuando tras varias visitas y a mi insistencia de saber por qué se había roto el húmero izquierdo –ese hueso enorme y duro- me confesó que le habían sacado un tumor y que era maligno. Al caerse tras una fuerte nevada, ese tumor actuó como cuña y rompió el hueso. Me pidió mantener la reserva del caso, cosa que accedí y aun no sé si hice bien, porque creo que a Jorge Ninapayta no le reconocimos en vida el talento que siempre tuvo. 

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